miércoles, 1 de febrero de 2012

Barcos por naufragar en una botella recién abordada

Seria se echa en la barra del bar de siempre, para recibir el enésimo abrazo de la semana. A su lado, Gustavo, quien la invitó a salir esa noche, para “pasarlo bien y olvidarte de ese idiota, entre amigos”. Al principio le pareció un buen plan, una forma de despejarse. Pero tan sólo eran las nueve y únicas las nueve veces que le había mirado a la cara. Sus ojos se dirigían a otro lugar, algo más abajo, donde oscilaba un bonito collar, un plato coloreado. Cada segundo que pasaba, cada mirada de lástima y abrazo de consuelo venidos de conocidos con los que la estima era mutuamente inexistente, era una estaca más clavada en su pecho, impidiéndole respirar. Pero todos están ansiosos, sedientos de cotilleos, de vidas ajenas.
Ella arquea los labios en una cansada imitación de sonrisa; ríe, exclama y resopla que ya no le importa ese idiota, que está por encima de él y que, efectivamente, no le merece, que no volvería con él ni harta de vino, con esa voz grave y normalmente parecida al rasgueo de una guitarra española. Pero en realidad es otra; ella, esa figura serena de moño revuelto , está rota por dentro. Un barco en una botella recién saqueada por los piratas. No hay supervivientes, nadie que intente salvar el resquebrajado navío a merced de una mar fría, supuestamente tranquila.
Debe ser ya la quinta copa que su acompañante toma. Las nueve y cinco de la noche y el hablar mirando a los ojos parece que será otra caballerosa costumbre perdida esta vez. Con las mejillas sonrosadas, pasa el brazo por encima del hombro de la doncella abandonada, que se deja abrazar. Su mirada se dirige entonces a un rincón del local, una barra más pequeña sobra la que flotan pajaritas de papel.
Ve entonces sin ver realmente un hombre quizás demasiado delgado, de barba de tres días y flequillo cuidadosamente despeinado. También vio su reflejo, sin moño despeinado. Los cabellos sueltos cayendo en cascada por los hombros, con su vestido de flores preferido. Risas, dos copas medio vacías, roces despistados, miradas a escondidas.
-        ¡Ves, Diana! No hay que encerrarse, hay que salir, vivir… la vida, pasa de ese idiota! –balbucea Gustavo, cada vez más colorado, mientras charla animadamente con un camarero deseando escabullirse.
Ella asiente y le mira de reojo. “Pasarlo bien y olvidarte de ese idiota, entre amigos”. Entre amigos. Es obvio que no era amistad lo que busca, que no es buen humor pretende infundirle a la dama despechada, que no es en la cabeza donde quiere meterle sus “buenos pensamientos”. Ríe, colorado, sudoroso, sonriente. Molesta a la camarera y se vuelve hacia la dama para murmurarle que no se ponga celosa, que pronto tendré más que eso. Totalmente desinhibido bajo los efectos del alcohol. Diana está rota, ya no tiene fuerzas para esconderse ni músculos que controlar, y no evita una mueca de asco. Sudoroso, riendo, sonriente, colorado. Sudoroso, riendo, sonriente, colorado. Se le revuelven las tripas, el mundo se tambalea. Siente la resaca del amor no correspondido, de la soledad, de tiempo perdido, la resaca del engaño voluntario. Una resaca mucho más fuerte que con la que despertará Gustavo la mañana del domingo. Cuanta más confianza se toma su acompañante, más aplastada se siente la acompañada por los recuerdos, la confusión y las ganas de salir corriendo sin rumbo, de escapar. Podrían haber vencido entonces el cansancio y los buenos recuerdos que ahora renacían convertidos en lágrimas. Pero no fue así; las ganas de escapar, de empezar de nuevo, de echar a volar, fueron más fuertes.
Y eso hizo; con un reproche cortante, arisco, resurgieron sus alas. Con las lágrimas rodando por sus mejillas las batió y sin un adiós ni una explicación, dio un portazo y se perdió en la noche, quién sabe si tocando el suelo.

Imagen extraída de http://ifeelthemalice-inmyveins.tumblr.com/

1 comentario:

  1. Kindeeeeeer! Como siempre, GENIAL! *-* Mucho tiempo q no entro en el blog, lo sé, 1 año! Me alegra saber q todabia publicas! *-* Muchos besos

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