Seria se echa en la barra del bar de
siempre, para recibir el enésimo abrazo de la semana. A su lado, Gustavo, quien
la invitó a salir esa noche, para “pasarlo bien y olvidarte de ese idiota,
entre amigos”. Al principio le pareció un buen plan, una forma de despejarse.
Pero tan sólo eran las nueve y únicas las nueve veces que le había mirado a la
cara. Sus ojos se dirigían a otro lugar, algo más abajo, donde oscilaba un
bonito collar, un plato coloreado. Cada segundo que pasaba, cada mirada de
lástima y abrazo de consuelo venidos de conocidos con los que la estima era
mutuamente inexistente, era una estaca más clavada en su pecho, impidiéndole
respirar. Pero todos están ansiosos, sedientos de cotilleos, de vidas ajenas.
Ella arquea los labios en una cansada
imitación de sonrisa; ríe, exclama y resopla que ya no le importa ese idiota,
que está por encima de él y que, efectivamente, no le merece, que no volvería
con él ni harta de vino, con esa voz grave y normalmente parecida al rasgueo de
una guitarra española. Pero en realidad es otra; ella, esa figura serena de
moño revuelto , está rota por dentro. Un barco en una botella recién saqueada
por los piratas. No hay supervivientes, nadie que intente salvar el
resquebrajado navío a merced de una mar fría, supuestamente tranquila.
Debe ser ya la quinta copa que su
acompañante toma. Las nueve y cinco de la noche y el hablar mirando a los ojos
parece que será otra caballerosa costumbre perdida esta vez. Con las mejillas
sonrosadas, pasa el brazo por encima del hombro de la doncella abandonada, que
se deja abrazar. Su mirada se dirige entonces a un rincón del local, una barra
más pequeña sobra la que flotan pajaritas de papel.
Ve entonces sin ver realmente un
hombre quizás demasiado delgado, de barba de tres días y flequillo
cuidadosamente despeinado. También vio su reflejo, sin moño despeinado. Los
cabellos sueltos cayendo en cascada por los hombros, con su vestido de flores
preferido. Risas, dos copas medio vacías, roces despistados, miradas a
escondidas.
-
¡Ves,
Diana! No hay que encerrarse, hay que salir, vivir… la vida, pasa de ese
idiota! –balbucea Gustavo, cada vez más colorado, mientras charla animadamente
con un camarero deseando escabullirse.
Ella asiente y le mira de reojo.
“Pasarlo bien y olvidarte de ese idiota, entre amigos”. Entre amigos. Es obvio
que no era amistad lo que busca, que no es buen humor pretende infundirle a la
dama despechada, que no es en la cabeza donde quiere meterle sus “buenos
pensamientos”. Ríe, colorado, sudoroso, sonriente. Molesta a la camarera y se
vuelve hacia la dama para murmurarle que no se ponga celosa, que pronto tendré
más que eso. Totalmente desinhibido bajo los efectos del alcohol. Diana está
rota, ya no tiene fuerzas para esconderse ni músculos que controlar, y no evita
una mueca de asco. Sudoroso, riendo, sonriente, colorado. Sudoroso, riendo,
sonriente, colorado. Se le revuelven las tripas, el mundo se tambalea. Siente
la resaca del amor no correspondido, de la soledad, de tiempo perdido, la
resaca del engaño voluntario. Una resaca mucho más fuerte que con la que
despertará Gustavo la mañana del domingo. Cuanta más confianza se toma su
acompañante, más aplastada se siente la acompañada por los recuerdos, la
confusión y las ganas de salir corriendo sin rumbo, de escapar. Podrían haber
vencido entonces el cansancio y los buenos recuerdos que ahora renacían
convertidos en lágrimas. Pero no fue así; las ganas de escapar, de empezar de
nuevo, de echar a volar, fueron más fuertes.
Y eso hizo; con un reproche cortante,
arisco, resurgieron sus alas. Con las lágrimas rodando por sus mejillas las
batió y sin un adiós ni una explicación, dio un portazo y se perdió en la
noche, quién sabe si tocando el suelo.
Imagen extraída de http://ifeelthemalice-inmyveins.tumblr.com/
Kindeeeeeer! Como siempre, GENIAL! *-* Mucho tiempo q no entro en el blog, lo sé, 1 año! Me alegra saber q todabia publicas! *-* Muchos besos
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